Cernuda

AHORA QUE cunde ya el hartazgo ante esta España que no sabe escribir «España» sin un borrón en la portada, parece necesario volver un rato a Luis Cernuda. No sólo porque es uno de los más intensos poetas de la Generación del 27, sino porque trae en su escritura un escepticismo amargo por fuera y una extrañeza infinita por dentro. Ingredientes principales para comprender mejor esta actualidad tan rácana en gracia, honestidad y talento.

Cernuda palmó de infarto en 1963, en la casa mexicana de Concha Méndez. Hace 50 años. Fue, como alguien dijo, el hombre más odiador de la literatura y quizá por eso el mejor punto de encuentro cuando se trata de hablar de este país tan usado y abusado (en lo peor) por unos y otros. Cernuda lleva en sí el gen abisal de los malditos, la soledad extrema de los que pronto se han desengañado. Es un hombre delicado y un poeta que asusta por esa inflamable nitidez con que barrena conciencias. Pues jamás se plegó a la inmundicia intelectual de aceptar lo inaceptable, ni creyó en la superstición cobarde de no intentar decir lo que ha de ser dicho: «Soy español sin ganas,/ que vive como puede bien lejos de su tierra/ sin pesar ni nostalgia».

Cernuda es hoy algo más que una lectura rescatada. Se trata de una de las más altas subversiones líricas del pasado siglo, tan presente. Un humano alerta. Un hontanar de claroscuros. Homosexual. Republicano. Burlón contra la honra y el honor nacionales. Un rebelde impecable que, como tantos, equivocó el amor con su prestigio: «Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien/ cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío».

Hubo unos años en que Aznar presumía de leerlo por las noches. Pero demostró no haberse enterado de nada, pues mucho de lo que Cernuda dice lo dice contra aquello que él representa, mayormente. Contra el pringoso farallón de buena parte de la política española de ahora mismo, que podría resumirse en tres certezas: mentira, crueldad y estupidez. Lean, si no, Donde habite el olvido, Invocaciones o Desolación de la quimera.

La mejor poesía también es una protesta contra algo. Una forma de decir «no» que nos hace mejores. Eso lo supo pronto Luis Cernuda. El más desobediente de los poetas clásicos españoles. Un feroz con pantalón de hilo que también vino a contarnos que en su vasta soledad hoy ya cabemos todos.